LA VANGUARDIA / CULTURA / pag 37.
Hay artistas que prefieren la navegación solitaria al grupo, avanzar según sus movimientos interiores antes que dejarse aconchar dócilmente por vientos y corrientes.
Las esculturas de Gabriel son un ejemplo de que el bosque de signos de la naturaleza sigue teniendo territorios por descubrir, un alfabeto que, desde Altamira, los artistas de cada generación amplían, refundan o reinventan, porque, como dice una de sus frases favoritas, “la forma es el sueño de la materia: tal vez hacemos formas para contemplar este sueño”. Gabriel Sanz nació en la periferia de la Badalona franquista en 1954, hijo de la primera inmigración, con abuelos de Valencia y Aragón, cuando la zona estaba salpicada por torres modernistas abandonadas y paisajes a medio urbanizar.
Estudió en el Besòs, en los hermanos gabrielistas, y su destino hubiera sido el de tantos badaloneses si no se hubiera entusiasmado primero por la historia sagrada, la emoción de las historias extraordinarias bíblicas –las aguas abriéndose, el sol detenido...– y una sensibilidad hacia el mundo natural en estado puro, despertada por su inclusión en el escoltisme, donde aprendió a nombrar los árboles, los ríos o las plantas en el idioma de su país, el catalán. A la hora de escoger estudios, no vaciló en matricularse en Bellas Artes de Sant Jordi. “Estuve trece meses y me largué. Si hubiesen enseñado la técnica de dibujar con la exacta pristinidad, la capacidad de delimitar la forma, hubiera aguantado los cinco años”, dice Gabriel, que, antes de citar a Aristóteles, Heidegger o Husserl, cree conveniente subrayar que es un autodidacta cultural, un autodidacta que iba de la Badalona industrial al Palau burgués, atraído por Schönberg, la música dodecafónica. “Tenía conciencia política, sí, pero no pude articularla. Lo hubiera hecho de haber estado integrado en una facultad”, comenta Gabriel.
Empezó a exponer de verdad en la Galeria 13, cadenas de formas delimitadas con precisión extrema, micrografías de transparencias y vestigios de movimientos dibujados con minuciosidad de lupa. Era cuando Cirici Pellicer dominaba el ámbito artístico de Barcelona y Gabriel ensayó sus instalaciones de hielo, del movimiento del agua y distorsiones de luz. “Siempre – dice – he huido de eso que se llama estar à la page. Un exceso de referencias te convierte en especialista, me interesa más la navegación precursora, el sustrato que te sitúa a la intemperie, en el exterior del sistema, porque el sistema te da la respuesta que él desea y esto es incompatible con la creación”. Gabriel vive con su mujer, la pintora Glòria Cots, en Palau de Santa Eulàlia, apenas siete casas, en un caserón del XVI que fue antiguo hospital de los peregrinos del camino de Santiago. Allí está preparando su nuevo estudio, aún en Reus.
Profesor de la Massana, habla pausado sobre “la incineración del panteón simbólico a la que asistimos por parte de los defensores del arte sociológico, un nuevo espíritu iconoclasta en el que la forma se tilda de manierista, esteticista, cuando, de hecho, no hay lenguaje ni pensamiento, si no está construido por la forma; y si no hay símbolo, no hay síntesis abstracta”. Gabriel reivindica la metáfora y la forma como puerta que abre un abismo. En su obra vincula naturaleza e historia, la búsqueda de la forma precisa, la forma que contiene el tiempo. Están ahí los secretos de la creación, el caos vinculado al orden, lo orgánico con lo inorgánico, la piel con su musculatura interna, el peso matérico de la obra con las revelaciones que crea la luz. No hay placer en el proceso de creación de Gabriel, como en ese objeto de aparente densidad insostenible y metálica superficie escamada por mil cabezas de clavo, casi un animal.
Gabriel es un escultor que no desiste en su búsqueda de nuevas formas artísticas. No reniega de ningún tipo de arte –empezó haciendo instalaciones cuando en España era consideradas desdeñosamente una rama de la fontanería–, aunque cree que hay una presencia tan nutrida del arte relacional, basado en presupuestos sociológicos o políticos, que no deja ver a quienes como él siguen investigando en los lenguajes formales de la obra de arte. Expone hasta fin de mes en el Tinglado 2 del Port de Tarragona una serie de objetos englobados bajo el nombre de polutropon. Ha escrito poesía, La rossor de la tenebra, y ha sistematizado sus teorías artísticas en el libro Ultra la forma autàrquica. L'art sense significat. En Llefià (Badalona), cerca del barrio donde nació en 1954, pueden verse dos de sus esculturas.
[Además: artículo en el periódico El País, de 17 de enero de 2003, con motivo de la exposición que hizo en el Centro de Arte de Santa Mónica ese mismo año].
[Además: artículo en el periódico El País, de 17 de enero de 2003, con motivo de la exposición que hizo en el Centro de Arte de Santa Mónica ese mismo año].
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